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Las ideas de "clase" y "juego" están en el centro de un dilema pedagógico fundamental. Y por eso las discusiones acerca del encuentro entre dispositivos de enseñanza y propuestas lúdicas que ocupan un lugar central en el debate educativo no son sólo debates metodológicos, sino que constituyen también la expresión de una sostenida contienda entre modelos educativos que, bajo distintas denominaciones, ha atravesado la historia de la pedagogía.
Este libro se estructura a partir de una pregunta: si la "clase tradicional", blanco de toda pedagogía crítica y de toda didáctica innovadora, fuera capaz de adecuarse al espíritu pedagógico de estos tiempos, pero sin dejar de ser una "clase", si se tomaran todas las oportunidades que abren sus "grietas": ¿en qué podría convertirse? ¿Por medio de qué procedimientos, qué metáforas, es posible concebir una clase post-tradicional?
¿Qué formatos, qué acciones, qué objetos representarían la esencia de un nuevo dispositivo de clase?
***PREMIO ISAY KLASSE AL LIBRO EDUCACIÓN 2011*** Mención de Honor | Fundación El Libro, Argentina.
El reino de la clase (prólogo)
Por Claudia Romero
La plaza y el pelotero (introducción)Un recorrido por el libro Capítulo 1.
La clase y el juego: debates en torno a la enseñanza post-tradicional
La clase: decir y mostrar
Hacer jugar y hacer aprender
El estereotipo genérico de la clase y las promesas del juego
Juego y educación infantil: la batalla de las definiciones
Capítulo 2.
Algunos componentes de la clase post-tradicional
Inclusión de expresiones artísticas: las imágenes
Las canciones: mandato, ritual o sintonía
El cambio o agregado de roles de la clase
El panel
La figura del cómplice
La adopción del formato de un juego en la clase: ejemplos y problemas
Presencia de objetos no tradicionales de la clase: el objeto testigo, el objeto evidencia y el objeto enrarecido
Conclusiones, trompos y caleidoscopios
La clase-lupa
La clase-puzzle
La clase-relato
La clase-trompo
La clase-caleidoscopio
Capítulo 3.
Usos y sentidos del pizarrón. Lupa, puzzle, relato y caleidoscopio
El pizarrón, una vieja tecnología
La estructura-aula y el ambiente-aula
Los sentidos ambientales del pizarrón
Los usos del pizarrón en la clase: forma modelo, forma expresiva, forma cooperativa y forma lección
El pizarrón como lupa, puzzle, relato y caleidoscopio
1. El pizarrón-lupa
2. El pizarrón-puzzle
3. El pizarrón-relato
4. El pizarrón-caleidoscopio
Capítulo 4.
Juegos de lucha en el patio escolar: la construcción del warrior
El patio como contrapeso del aula
Jugar a luchar
Saber luchar
El juego, la lucha y la mirada del adulto
Guerreros y guerreras
Capítulo 5.
Comenius, Rousseau y los objetos: una mirada histórica sobre la pedagogía lúdica
Elegir objetos para enseñar
La resignación de Comenius
Los libros perfectos
El Universalis Ludus: convertir a las escuelas en lugares de juego
La educación de Emilio, la escuela de las cosas
La naturaleza, los hombres y las cosas
Enseñar mostrando objetos
Las lecciones de cosas
Los objetos como mediadores
Capítulo 6.
Estética infantil, estereotipia y mercado mediático
Las metáforas en las cosas
El color de los objetos
Objetos de la cultura, del ambiente y del sujeto
Estereotipo genérico: lo-que-todos-creen-que-todos-creen
Puesta en diálogo
Remetaforización
Un estanque con peces
Lo sacro, lo lúdico, lo ideológico
Lo mediático como refugio del tono sacro de la escuela
Capítulo 7.
Los nombres de las cosas: la teoría como construcción de un vocabulario
Teorizar es nombrar
Variaciones de la acción de nombrar las cosas
Hacia la teoría de instauración
Nombrar es un acto político
Marco teórico, marco doctrinario
Jugarse en la clase
Viejos y nuevos fuegos (epílogo)
Por Ruth Harf
La plaza es áspera y sus superficies absorben los caprichos del clima. Bajo el sol, el tobogán se vuelve intocable y por la noche la arena asume una frescura que remite a los médanos y las playas. Escaleras metálicas, cadenas, canteros de piedra y cemento, tablas barnizadas y senderos asfaltados se combinan en un paisaje que transmite la sensación de una cálida solidez, que contrasta con la blandura neutra del pelotero. En éste, las superficies son siempre acolchonadas, tersas y sin temperatura: suelos de goma o plástico de distintos tipos, rampas deslizantes, sogas y transparencias, que conforman más que un paisaje, un entorno, un reducto. Por un lado, emplazamiento que reúne lo mejor del mundo natural en una especie de oasis de elementos básicos que invita a transitar su desafiante crudeza; por otro, un submundo de artificios con aspiraciones mágicas, que invita a extraerse y someterse a una legislación completamente nueva y extraña.
En la plaza, el juego transcurre a orillas del riesgo. Son previsibles los raspones, las insolaciones, y otros accidentes en alguna medida inevitables. Por eso a la plaza se concurre con un atuendo sencillo, cómodo y que pueda sacrificarse, destruirse y arruinarse. Y por la misma razón, en la plaza las madres vigilan de reojo, constatando, prohibiendo, dando permiso, retando y haciendo uso de su mayor conocimiento acerca de las reglas para habitarla: si la plaza es un paisaje natural, el haber estado más tiempo en este mundo otorga a los adultos mayores facultades para conocerla. El vestuario propio del pelotero, por el contrario, se corresponde con un juego limpio y seguro, a salvo de las inclemencias del mundo: ropa de marca y de moda, peinados elaborados para las niñas, y todo lo que se luciría en una salida al cine o al teatro. Como en aquellos espacios del espectáculo, el pelotero se transita según reglas minuciosamente trazadas y siempre diferentes de las del mundo exterior. La actitud del adulto no es la de la mirada vigilante, sino la de la espera gozosa, con la compañía de otras madres, café de por medio, y con la imagen del niño innecesariamente disponible tras un cristal plástico o en el monitor de una cámara. Uno y otro espacio suponen entonces una relación diferente entre el niño que juega y el adulto a su cargo.
Los límites de la plaza son porosos. Aunque haya rejas, es posible salir y la relación adentro-afuera es fluida. Tanto las fuerzas de la naturaleza como las de la ciudad se adentran en ella constantemente. Los ruidos del tránsito llegan nítidos al espacio de juego, y los episodios que ocurren afuera son parte del conjunto de acontecimientos que definen la experiencia de ir a la plaza: un choque, un vendedor ambulante, un ciruja, un borracho, están dinámicamente integrados y conviven con el juego de los chicos. Los tiempos de juego de la plaza, entonces, se abren y se cierran con rutinas vitales propias de la vida -ir a bañarse, tomar la merienda o de la naturaleza -se hizo muy tarde, ya es casi de noche-. En el pelotero, cuyo juego transcurre en el día eterno de la iluminación artificial, los tiempos son más cortos e intensos, y se rigen por la segmentación desde la que se comercializa el espacio: en horas o minutos, siempre números redondos. No hay un afuera perceptible, no atardece ni anochece. Como en el país de las maravillas, como en la increíble fábrica de chocolate de Willy Wonka o como en cualquiera de los inframundos disponibles en la literatura fantástica, en el pelotero es posible congelar el tiempo y transitarlo conforme a reglas completamente ajenas a las de la vida corriente.
La plaza es siempre pública. Plaza y pública son incluso términos que parecen emparentarse semánticamente de un modo magnético, quizás en razón del trasfondo social de la plaza, que no es sólo escenario del juego infantil sino también de la protesta social y de otras actividades que convocan a un sujeto intergeneracional e intercultural: la pareja adolescente en el banco, la pandilla itinerante, la parada de los jóvenes para tomar cerveza, el picnic con mate y guitarra, los jubilados con sus bochas, ajedrez o dominó. En la plaza todas estas audiencias conviven y se disputan un espacio que deviene heterogéneo y compartimentado. En el pelotero, en cambio, sólo se permite ingresar a los niños, previo pago de la entrada. Lugar unívoco y homofónico, de experiencia regulada y guionizada, otorga una credencial de acceso hacia una geografía lúdica que se autoproclama sorprendente y se legitima en su arquitectura sofisticada. No abundarán aquí las baldosas convertidas en plataformas espaciales, ni el castillo de arena que guarda la capa de la reina, surgida de una hoja seca; pero sí se abrirá la puerta a un Neverland exclusivo, que, a su modo, es un espacio de libertad, en el que la realización de las fantasías lúdicas más improbables se vuelve constitutivamente concebible. La libertad de la plaza, en todo caso, se reconstruye a partir de indicios ocultos en la trama del paisaje, mientras que en el pelotero la libertad se ofrece como un producto terminado, todo a la vista.
La plaza se erige en un extremo de la polaridad, el pelotero en el otro. Los patios, las veredas y los parques se aproximan a la plaza; los shopping-center, los aeropuertos y los salones de juegos de video, al pelotero, un poco en el sentido de los no-lugares augianos, o en el de una estética de universo cerrado que convoca a la fantasía infinita. Constituyen polos semánticos de los que pueden reconocerse indicios dispersos en el diseño de otros espacios de referencia del juego y la experiencia infantil, como el parque de diversiones, la kermese, la feria, el cumpleaños infantil o el patio escolar. Realización universal de un ideal urbano por un lado, y emergencia de un ideal imaginario por el otro, que se materializa en acto de forma más o menos tosca, más o menos ingeniosa, más o menos estandarizada.
Históricamente situadas en cronologías distintas, se dirá que la plaza es una figura arcaica del paisaje urbano y el pelotero una invención reciente, producto de intereses puramente comerciales que expresan la mecanización del juego infantil bajo los estándares que impone el neoliberalismo. Esta lectura es consistente, claro, aunque no agota la cuestión: el pelotero absorbe también las representaciones del submundo mágico del que se nutren, por ejemplo, Lewis Carroll, James Barrie o Pamela Travers (creadores de Alicia, Peter Pan y Mary Poppins, respectivamente). Desde ese conjunto de referencias que dan identidad simbólica al pelotero, la novedad no es tan evidente ni reside tanto en su existencia como en las pretensiones de efectiva realización en la vida real, realización que hasta hoy sólo había sido posible en las ficciones literarias. En todo caso, la plaza se instala para los adultos de cierta generación como ámbito señalizado de cierta nostalgia ataviada de baleros, trompos y triciclos (clichés románticos de los que abreva cierta estética de lo infantil) y el pelotero es recipiente de un orden semántico contrastante, sobre el que pueden sostenerse representaciones y matrices estéticas diferentes.
La plaza y el pelotero pueden también leerse desde las categorías de Parlebás, que opone lo domesticado a lo salvaje como imágenes para ordenar los espacios lúdicos y deportivos. Los espacios domesticados (estadios, pistas, piscinas) están señalizados, constriñen los movimientos, dan mucha información a quienes los ocupan y promueven un movimiento guionizado y estereotipado. Los espacios salvajes (montaña, río, playa) se montan sobre una cierta incertidumbre y promueven, en tiempos más extendidos, un tránsito estratégico más centrado en diseñar la experiencia que en adaptarse a una forma preexistente (Parlebás, 2001). Pavía (2005) hace una lectura amplia de estas categorías y las traslada al ámbito del patio escolar, para reconocer en éste distintos grados de intervención en la experiencia de los chicos, tras distintos argumentos que usualmente esgrimen los adultos sobre la fuerza legitimante de la pedagogía y la didáctica. Podríamos preguntar entonces qué grados de domesticación, y qué modos de respeto por lo natural subyacen a los espacios que se diseñan para la infancia, pero también: ¿qué gestualidades, qué permisos para el movimiento, la palabra, el intercambio, el contacto con el afuera, brindan a los chicos los espacios escolares? Donde por espacio escolar entiendo el entorno físico y sus determinaciones, claro, pero también el sentido del espacio como lugar, la construcción simbólica que se crea sobre el espacio al habitarlo.
Claudia Romero
Doctora en Educación por la Universidad Complutense de Madrid. Investigadora y profesora de la Universidad Torcuato Di Tella. Fue directora del área de educación de esa universidad por 12 años (2008 a 2020) donde continúa
actualmente como académica de tiempo completo, directora del Programa de Alta Dirección Escolar y profesora de los posgrados de Políticas Educativas, Administración de la Educación y Políticas Públicas. Es codirectora de la Cátedra Francia, una iniciativa conjunta de la Embajada
de Francia y la Universidad Di Tella. Es coordinadora nacional de la Red Iberoamericana de Investigación sobre Cambio y Eficacia Escolar e investigadora invitada en la Cátedra Unesco de Educación para la Justicia Social con
sede en la Universidad Autónoma de Madrid. Es Asesora y consultora en organismos nacionales e internacionales y organizaciones de la sociedad civil. Profesora invitada en universidades del país y del extranjero. Tiene una extensa trayectoria en el trabajo con instituciones educativas tanto en el sector público como privado y en particular ha coordinado programas de mejora en escuelas que atienden a sectores vulnerables. Sus áreas de investigación y desarrollo profesional son: la gestión escolar, el liderazgo directivo, el aprendizaje institucional y el cambio educativo.
Es autora de numerosas publicaciones académicas y autora y compiladora de una decena de
libros. Es columnista de los principales medios periodísticos del país y una referente en la
discusión pública nacional sobre temas de Educación.
Es niña Montessori, recibió educación Montessori desde los 0 a los 6 años en la Ciudad de
Buenos Aires.
Ruth Harf
Maestra Normal Nacional. Profesora Normal Nacional de Jardín de Infantes. Lic. y profesora en Cs. de la Educación y Psicología (UBA). Profesora de Expresión Corporal. Posgrados en Teoría y técnica psicopedagógica y Rol directivo en instituciones educativas. Fue profesora (UBA y otras universidades y profesorados), coordinadora del Equipo de Capacitación en Servicio para Directivos en la Escuela de Maestros (ex CEPA). Integró la comisión de elaboración de la Carrera de Formación Directiva para futuros directivos de todos los niveles en la Escuela de Maestros (ex CEPA), CABA.
Es directora del Centro de Formación Constructivista, profesora de diplomaturas y posgrados (Fundación de Sociedades Complejas, 12ntes y universidades nacionales e internacionales), y autora y coautora de numerosos libros y artículos sobre temáticas educativas.
Daniel Brailovsky
Maestro jardinero. Doctor en Educación. Licenciado en Educación Inicial. Profesor de Educación Musical. Magíster en Educación. Profesor investigador en UNIPE, docente en FLACSO y en el ISPEI Sara Eccleston. Autor, entre otros libros, de: Estrategias de escritura en la formación. La experiencia de enseñar escribiendo (Noveduc, 2014), El juego y la clase: Ensayos críticos sobre la enseñanza post-tradicional (Noveduc, 2011), La escuela y las cosas. La experiencia escolar a través de los objetos (Homo Spiens, 2012), Didáctica del Nivel Inicial en clave pedagógica (Noveduc, 2016) y Pedagogía entre paréntesis (Noveduc, 2019).
Título: Juego y la clase, El
Subtítulo: Ensayos críticos sobre la enseñanza post-tradicional
Autor/es:
Claudia Romero
- Ruth Harf
- Daniel Brailovsky