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[Lecturas Cruzadas] Contenidos para reflexionar y compartir
 

La educación siempre tuvo sentido en función de determinados paradigmas sociohistóricos, políticos, económicos y culturales.

¿Cuál es su sentido hoy? ¿Por qué en estos días todos se preguntan acerca del sentido de la educación? ¿Cuántas veces los estudiantes han preguntado “para qué”?

Hoy, los educadores, cada vez con más frecuencia –y perplejidad– se preguntan: ¿por qué hago lo que hago? ¿Para qué? ¿Cuáles son sus implicancias?

Estos interrogantes permiten resignificar, reinterpretar y, fundamentalmente, revisar las prácticas.

El sentido de la educación fue puesto en cuestión tanto en sus fines como en lo organizacional. La vivencia durante la no presencialidad lo develó con mayor precisión. Hay que validar nuevamente el para qué, el qué y el cómo. Nos referimos a aspectos vinculados con garantizar la trasmisión de la cultura. ¿Cuál será el patrimonio cultural, científico, tecnológico a desplegar en las instituciones a lo largo de todo el sistema educativo? Nos referimos a la manera de gestionar las instituciones y al modo de promover un auténtico encuentro de los estudiantes con ese patrimonio.

El cambio no puede darse en el discurso, o solo en la letra escrita. El cambio se tiene que encarnar en la institución integralmente, en los haceres de cada educador, en el colectivo institucional, con el acompañamiento del equipo directivo que también gestionará desde un nuevo paradigma, alentando el quiebre de la rutinización y el estereotipo.

Es necesario formular una pregunta primordial: ¿qué escuela queremos? ¿Cómo queremos que sea? Antes de pensar en el cambio, la mejora, la innovación en cada escuela –más allá de las reformas que se promuevan desde las políticas educativas de cada país–, es necesario que los equipos al interior de las instituciones se formulen estas preguntas y las respondan con la mayor claridad y profundidad posible. No hay que esperar que la propuesta de cambio provenga exclusivamente de los funcionarios que fijan las políticas educativas. Los cambios promovidos por los educadores, las familias, los equipos de conducción, es decir desde la horizontalidad de las comunidades educativas, potencian las capacidades individuales y colectivas dando respuesta situada a las condiciones de cada institución.

Otras preguntas necesarias: ¿qué alumnos deseamos formar? ¿Cómo se transforma una institución educativa en una buena escuela?

Cada comunidad educativa podrá definir qué rumbo tomará su escuela, si tiene claras estas cuestiones. Podemos pensar que en el pasado de las escuelas están las puertas aún no abiertas de la renovación. ¿Es posible pensar que puede ser innovador el pasado?… Ciertamente, sí: por las posibilidades anticipadas, tal vez registradas, pero no realizadas. Recordemos que la teoría del caos plantea que desde la visibilización de aspectos sutiles se puede encontrar alguna manera de salir del mismo. También diremos que desde ciertos aspectos sutiles se puede ver en el pasado la insinuación del cambio en el presente, pensando en un itinerario de mejora.

Teniendo en consideración el impacto y los efectos de las tecnologías en el desarrollo cognitivo, social, personal de niñas, niños y jóvenes es necesario reorientar las políticas y las prácticas educativas a fin de diseñar propuestas que afecten positivamente en las generaciones que han nacido en la era del conocimiento y la información.

Es necesario pensar en qué circunstancia social se enseña, dentro de qué marco de política educativa, en qué ámbito está inserta la institución en la cual se trabaja, con qué estudiantes, en función de qué proyecto institucional.

¿Qué instituciones perfilan educadores, directivos, colaboradores autónomos y creativos? ¿Qué esperan que les suceda a los estudiantes? ¿Qué sentido quieren darles a sus prácticas? ¿Qué experiencias quieren provocar en los estudiantes? ¿Cómo es la propuesta colaborativa y colectiva que desde un proyecto define la cultura y la identidad institucional? Estas y muchas otras preguntas, con las respuestas elaboradas alrededor de ellas, irán caracterizando el proyecto de enseñanza de cada escuela.

La educación se considera esencial para el desarrollo personal, social, humano, para avanzar hacia niveles de mayor equidad. Durante largo tiempo la educación tuvo sentido para un contexto político, económico, social, cultural que ya no existe. ¿Continuaremos enseñando de la misma manera? ¿Para qué situación personal/social de los estudiantes? ¿Para su inserción en qué mundo?

El reto, el desafío es profundo, intenso, movilizador, y tendrá que ser sostenido, continuo, perseverante. Queda claro que será un copensar, con múltiples actores. La comunidad de aprendizaje será la mejor forma de asegurar y alentar la búsqueda de respuestas a una transformación que no podrá ser un cambio aparente, sino profundo, donde se tenga claro de dónde venimos y qué ha sido de la escuela hasta ahora, para obtener una prospectiva que propicie la formación del ciudadano.

El sentido cobra cuerpo en el aula. El estudiante encuentra sentido frente a propuestas provocadoras, seductoras, interesantes, relevantes, que ofrezca el educador. El estudiante le encuentra sentido a la escuela cuando los aprendizajes trascienden el ámbito escolar; los contenidos dejan de ser “escolarizados” para entenderse como lo que realmente son, expresión de saberes culturales.

Propuestas, tiempos, espacios, agrupamientos, recursos, se reconfiguran. La realidad de las aulas tiene que ser otra. La enseñanza y la evaluación responderán a un modelo diferente. El viejo modelo tradicional, el núcleo duro de la escuela tendrá que cambiar.

Habrá que definir y abordar los saberes fundamentales y competencias básicas para este siglo XXI, redefinir las nuevas alfabetizaciones y transformar las alfabetizaciones tradicionales, acordar, después de una profunda reflexión, cuáles serán los saberes “imprescindibles” y básicos “deseables” para cada nivel educativo que garanticen una propuesta de justicia educativa y curricular.

Afirmamos también que se necesita flexibilidad para promover innovaciones y mejoras; el exceso de burocracia mata la innovación. Quienes se comprometan con el cambio de la escuela apreciarán que se necesita un poco de caos para que funcione –aunque el caos incomode y se intente prontamente, salir de él–. No habrá que sorprenderse de que la transformación de las escuelas es continuada y lenta, imperceptible en plazos cortos, pero puede ser amplia y profunda en períodos más extensos.

Cuando la escuela es capaz de interpelar a sus estudiantes es que se ha corrido del viejo discurso y son resignificadas y validadas las prácticas renovadas.

¿Es democratizadora la propuesta de la escuela? Lo es cuando puede pensarse una aproximación al futuro que incluya las características de nuestra sociedad contemporánea. En tal caso se podrán apreciar las invisibilizaciones, las exclusiones, las injusticias que se viven para promover una escuela de la participación y la inclusión.

La escuela tiene que ofrecer herramientas para saber cómo actuar ante lo desconocido. Tiene que formar para la vida, para que las nuevas generaciones se constituyan en ciudadanos responsables, que consoliden la democracia y sean activos partícipes de ella. 

Responder a este criterio conlleva profundos y múltiples desafíos para los cuales los educadores deben actualizarse y revisar sus representaciones, concepciones, creencias y paradigmas.

Pensar, conocer, razonar, discernir, confrontar, plantear, emitir opinión, son derechos que implican la libertad de que dispone todo sujeto para afrontar su vida personal y profesional. La escuela tiene que provocar experiencias y realizar propuestas a través de las cuales se desarrollen esas capacidades.

La capacidad de preguntar y preguntarse, la capacidad de asombro, de duda, es condición para que los sujetos puedan aprender a lo largo de toda la vida. Esto hace posible que cada uno desarrolle potencialidades cívicas, creativas, innovadoras, productivas y expresivas en un espacio de libertad y respeto. 

En cada institución educativa, las actitudes y las normas, compartidas con distinto grado de aceptación por sus actores, han de alentar crecientes grados de confianza, aceptación del otro, cuestionamiento o no, pero sí una trama política en la cual se ponen en juego valores, capacidades, intereses y expectativas.

La escuela es un campo propicio y fértil para la alfabetización en sentido amplio y, consecuentemente para la formación de ciudadanos con participación social desde que los chicos ingresan al sistema educativo. La solidaridad y la consideración del otro, el respeto de sus costumbres e ideas, son valores que se desarrollan como capacidades desde el Nivel Inicial.

¿Cómo asume esas prácticas cada escuela? ¿Son escuchados los estudiantes? ¿Se validan sus pensamientos, ideas, inquietudes y se destacan en la formación de valores universales, entre todos?

La escuela tiene sentido cuando renueva los conocimientos y las formas para saber hacer. Los nuevos contenidos, saberes emergentes, competencias transversales están influidos por cambios en la cultura, el trabajo, nuevos valores relativos a los derechos humanos, nuevas y múltiples informaciones, todo fuertemente vinculado a formas democráticas, que conllevan variadas configuraciones de la ciudadanía, el desarrollo sostenible, el respeto por el medio ambiente.

Operaciones como el abordaje de situaciones complejas vinculadas con el mundo real, el pensamiento crítico, la habilidad para trabajar en grupo y la habilidad para comunicarse, son capacidades requeridas en la cotidianeidad de la vida de relación.

La vida no es simple, ni tampoco se desarrolla desde una causalidad lineal; las operaciones de pensamiento se combinan, impactan interactivamente entre sí, se amplían por su uso frecuente y en situación, y esto se aprende abordando contenidos actuales, pertinentes, socialmente relevantes, en conjunción con las capacidades que la escuela tiene la responsabilidad de propiciar y alentar en cada uno de sus estudiantes, generando la posibilidad de interpretar la complejidad de la vida.

La escuela encuentra su lugar cuando, desde un marco ético, discute y acuerda qué ofrecer como condición para que se respete y valore un mundo diverso y una vida entre muchos, para todos.
 

Delia Azzerboni es licenciada en Psicología egresada de la UBA; Profesora de Jardín de infantes, egresada del Instituto "Sara C. de Eccleston"; posee un Diploma Superior en Ciencias Sociales, con mención en Gestión Educativa de FLACSO y ha cursado la Maestría en Psicología Cognitiva en FLACSO, además de numerosos cursos de posgrado. Se desempeña como capacitadora y disertante a nivel nacional e internacional.
 

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Este texto forma parte del libro "NUEVOS ESCENARIOS EDUCATIVOS. Otra gestión para otra enseñanza. 50 iniciativas"
Ruth Harf, Delia Azzerboni, Sandra Sánchez y Néstor Zorzoli
Los acontecimientos vividos recientemente han generado cambios profundos en las dinámicas sociales con consecuencias que pueden y deben constituirse en oportunidad de cambio, de mejora y de proyección. Las 50 Iniciativas que forman este proyecto parten de aquellas oportunidades que permiten la deconstrucción-reconstrucción de las instituciones y de sus dinámicas áulicas.